Estoy vivo.
Si alguna vez has llegado a esta evidente conclusión, quizá sepas de qué voy a hablarte.
En los últimos meses he experimentado grandes cambios en mi vida, sin que en realidad me haya sucedido nada demasiado anormal o relevante, al menos según mi antiguo baremo de los acontecimientos.
El gran cambio no ha venido del exterior, sino de dentro, de mí, de mi mente.
Para ponerte en situación, hasta hace poco tiempo, solía vivir mi vida sin detenerme a pensar en que realmente la estaba viviendo, me conformaba con actuar según me pasaban cosas, la vida era una serie de acontecimientos que me venían dados por azar, y mi trabajo consistía en evitar posibles problemas, o solucionarlos si se daban, e intentar pasar algún buen rato mientras tanto.
Nunca me paré a pensar en la propia existencia en sí, en la suerte de estar viviendo esa existencia, en la suerte de estar vivo, y en la infinidad de posibilidades que el mundo tenía para ofrecerme.
Quiero hacer aquí una pequeña reflexión. ¿Alguna vez te has detenido a pensar en la suerte que has tenido al nacer?
Puede parecer una tontería, pero para que tu nacieras, han tenido que darse millones de acontecimientos a lo largo de la historia, que han tenido que ser así y de ninguna otra manera, para que tu pudieras vivir lo que estás viviendo.
Las posibilidades de que tu nacieras, viéndolo si quieres desde un punto de vista de probabilidades, eran infinitesimales hace tan solo, por poner un ejemplo, 200 años. Tu padre tuvo que juntarse con tu madre, a su vez tuvieron que haberse juntado antes los padres de cada uno de ellos, a la vez los padres de los padres de cada uno de ellos, y así sucesivamente. Incluso tuviste la suerte o el acierto de ser el espermatozoide más rápido (¡enhorabuena!).
Viéndolo ahora desde esta perspectiva, ¿no crees que has tenido una gran suerte al nacer?
A esa conclusión llegue por lo menos yo, y decidí que debía aprovechar la opción que se me había dado. Continuar leyendo