No recuerdo cuando me empecé a interesar por la meditación, pero creo que fue alrededor de los 22 o 23 años. En aquella época solo había leído algunas cosillas acerca del tema, pero no tenía ni idea de lo que realmente significaba.
Meditaba alguna vez en casa, durante 10 o 15 minutos y poco más, no era una actividad que supusiera una parte importante de mi vida, simplemente me producía curiosidad.
Descubrí realmente lo que era meditar cuando tuve que pasar 10 días seguidos meditando en un templo budista y, como ya expliqué en su momento, fue una de las experiencias más increíbles que he vivido.
Desde entonces, he tratado siempre de meditar de forma regular, pero eso es algo que va variando mucho a lo largo de las épocas: hay veces que llego a hacer media hora o una hora de meditación al día y otras en las que a lo mejor medito solo un ratito en toda una semana, en formato de 5, 10 o 15 minutos seguidos.
La verdad es que nunca he vuelto a sentir meditando la intensidad de lo que sentí aquellos días, hace ya 9 años. Esos momentos de pura paz, felicidad y presencia. Ese notar como se abre una puerta, como se retira un velo de enfrente de los ojos y se puede ver la vida tal cual es, sin pensamientos absurdos estorbando. Pero sí algo parecido.
Viéndolo en retrospectiva, puedo decir que aquellos días definieron gran parte de mi forma de ser actual y que han sido como una especie de “guía”, por decirlo de alguna manera.
¿Cómo se puede tener una guía de una vida de la que no sabemos ni qué hacemos aquí ni qué somos, las dos preguntas fundamentales?
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