Volví a sentir esa punzada otra vez en la parte posterior de mi cuello.
-¡Joder! Otra vez no… cada día estamos igual, ¡coño!
Ya hacía muchos meses que, casi a diario, sentía la sensación de tener un músculo atrapado entre la cabeza y la espalda, al que no le dejan los huesos libertad para moverse. Lo que se suele llamar un pinzamiento, vamos.
Al principio era una simple molestia, que solía hacer aparición al estar unas pocas horas sentado frente al ordenador. Luego poco a poco se convirtió en un verdadero martirio, por el cual tenía que parar de trabajar y darme masajes a mi mismo en toda esa zona, hasta que disminuía ligeramente el dolor. Y así pasaban los meses. No quería ir al médico. Ni hablar. Muy pocas veces me pongo enfermo y, cuando me coge algo, me espero a que se me pase. El doctor me recetará una cosa rara y yo no quiero saber nada de medicamentos, ni tocarlos, a saber qué llevan esas pastillas. Namás faltaría. La medicina moderna cura el síntoma por un corto período de tiempo, pero no llega a la raíz del problema. A mí no me interesa eso.
-Si no le hago mucho caso algún día dejará de dolerme.
Claro que sí campeón, como por arte de magia.
Hasta que un buen día, ¡PAM! No sólo no dejó de dolerme, sino que el dolor en la parte cervical era tan intenso que no podía ni levantarme de la cama. Dios, nunca había sentido nada igual, creía que me iba a explotar la cabeza. Y encima ese dolor no se iba con nada, los masajes, el descanso y los estiramientos no hacían efecto alguno.