Un jueves cualquiera en Marrakesh.
Hacía un par de días que había vuelto de la ciudad costera de Essaouira, donde quedé fascinado por la actividad que tienen en el puerto, los rincones escondidos de la medina donde podías encontrarte tanto panoramas bellos como desoladores, la cantidad increíble de artistas que hay en sus calles o su viento permanente y sus puestas de sol:
Como prefería no tener que buscarme otra vez la vida en la capital, volví a contactar con Patricia, la mujer del Airbnb que me había alquilado la habitación las primeras semanas. Estaba disponible, así que sin dudarlo volví allí.
Es una casa especial, porque a pesar de que está en medio de la medina -así llaman a la parte antigua de las ciudades árabes- y toda medina es una locura, está metida entre varios callejones y resulta ser un remanso de paz, a lo que ayuda que haya unos jardines enormes justo al lado.
En vez de oírse coches y personas se oyen pájaros.
Y resulta que, después de 20 días, Ou seguía alojándose allí.
‘Ou’ -se prouncia como la letra O en inglés- es el nombre de una chica de 21 años proveniente de China que está bastante loca en el buen término de la palabra. Con esa edad ya ha vivido más aventuras que la mayoría de personas en toda una vida, lo cual según sus historias ha estado varias veces a punto de costarle la vida.
Trabaja por Internet, dando clases de Ingés a estudiantes Chinos y viaja por todo el mundo mientras tanto. Le gusta estarse varios meses en un mismo lugar, viviendo como los locales. Antes de venir a Marruecos por ejemplo estuvo 2 meses en una pequeña ciudad de India.
Ese jueves, mientras yo estaba merendando una combinación de frutas, apareció por la puerta.
Llevaba una bandolera consigo y me comentó que había ido a Correos para enviar de vuelta a su país un dron con el que hace vídeos en sus viajes, pero que no le habían dejado.
Estuvimos hablando un rato sobre el aparato y de pronto me comentó:
-“¿Quieres ir a hacerlo volar?” Continuar leyendo