Hay personas que, según he escuchado -no conozco a ninguno directamente, la verdad-, dedican gran parte de las horas de su día a ganar dinero gestionando las actividades, derechos y deberes de otro grupo de personas más grande que vive en un cierto territorio de este planeta.
Yo nací y suelo vivir en un lugar donde hay muchos edificios, cerca del mar y rodeado de un monte no muy alto, con un parque de atracciones en la cima. En general suele hacer buen tiempo.
Pues bien, como decía, hay un grupo de personas, organizado jerárquicamente, que pasan el día muy atareados en reuniones, estudiando casos, decidiendo cosas y aprobando o derogando leyes que afectan a las personas que viven en este lugar y sus alrededores.
Su trabajo, en teoría, consiste en velar para que la vida en el conjunto de este territorio sea cada vez mejor, lo cual a veces significa “más”: más dinero en la economía, más viviendas, más trabajo, más paz, más libertad, más oportunidades, más justicia… y a veces “menos”: menos pobreza, menos impuestos, menos desigualdad…
El caso es que, este grupo de personas, al tener autoridad para “dirigir” los derechos, deberes y actividades del resto, inevitablemente poseen también lo que se llama “poder“.
Este poder no es una forma de liderazgo, un poder moral o un poder de recompensa, sino que es, en última instancia, un poder coercitivo. Esto significa que utiliza la amenaza de la fuerza para que el otro cumpla.
Esta fuerza puede aplicarse de muchas maneras, la más típica y aceptada de ellas siendo en la forma de lo que se llama “multa”, es decir, quitando dinero al otro como castigo. Pero a últimas viene siendo lo que es la fuerza física de toda la vida: varias personas protegidas, organizadas y armadas con porras, pistolas o metralletas.
Ese otro grupo se llama policía y está bajo el control de esas personas de las que hablamos.
El caso es que, siendo los humanos un grupo tan dispar e impredecible, de momento es la única forma aceptable que hemos encontrado para poder organizarnos en grupos muy grandes, de miles, cientos de miles o millones de personas: tenemos que estar vigilados.
Y bueno, más o menos vamos tirando. Los problemas a veces son graves, pero en su mayoría son relativos si los comparamos con épocas anteriores de la humanidad: las personas no suelen ya matarse por meras disputas, la pobreza sigue existiendo pero ha disminuido y en general han mejorado varios temas esenciales, como el número de personas que vive en democracias, la alfabetización o el incremento de la esperanza de vida.
Pero volvamos a nuestro grupo. El sentido común nos diría que, para poder entrar a formar parte de este grupo selecto de personas que tienen poder y que dirigen, uno debe de ser alguien especial.
No especial en un sentido etéreo (al fin y al cabo todo hijo especial para su madre) sino especial de una forma concreta:
- En la parte técnica debería haber probado de varias maneras, mediante multitud de entrevistas, test y exámenes, que tiene los conocimientos, experiencia y competencias necesarias para realizar ese trabajo concreto de la mejor forma posible, cual entrevista de trabajo para entrar en el equipo directivo de una multinacional.
- En la parte humana, haber probado también que se ajusta a cierta moral, la cual no sería evaluada tanto a toro pasado (que también) sino de forma continua mientras esté en el cargo, como veremos más adelante.
- En la parte económica, probar que no tiene “necesidad” alguna de ese puesto, sino que lo quiere llevar a cabo prácticamente de forma altruista, para servir a la sociedad durante un cierto periodo de tiempo -siempre limitado a unos pocos años-. Es decir, el sueldo debería ser más bien bajo, no habría “escala” en el mismo (el presidente del gobierno cobraría lo mismo que cualquier alcalde) ni pagas extra ni dietas y, por supuesto, una vez terminado el cargo, no existiría ningún tipo de compensación restante ni jubilación. Gracias a ésto se evitarían ya de entrada a todas aquellas personas para las que su motivo último fuera dinero y poder, en vez de simplemente servir a los demás.
Pero, dada nuestra naturaleza humana y tal y como hemos visto antes, quizá lo más importante no sea que esta barrera de entrada sea alta, sino que el cargo, el puesto, la plaza… esté siempre pendiente de un hilo. Es decir, este grupo de personas, al igual que el resto de la población, tienen que estar constantemente vigilados.
Aparte de las duras entrevistas de ingreso, debería haber, por lo menos cada cierto tiempo, una evaluación y defensa de plaza delante de un tribunal cualificado. Esto es, la persona en el cargo debería justificar sus actuaciones pasadas, racionamiento y planes futuros, con tal de ser evaluado para analizarse de forma objetiva si puede y debe seguir en su puesto. Estas evaluaciones deben ser públicas, para que cualquier ciudadano pudiera tener acceso a ellas. Cuanto más alto el cargo en la jerarquía de poder, mayor dificultad y escrutinio.
Además, este control debe de ser especial, mucho más férreo de lo normal. Es decir, a la mínima, al mínimo fallo moral, esa persona debería ser destituida de inmediato y puesta en juicio (sí, en un proceso legal). O en el caso de que el fallo no fuera moral sino técnico, la pena probablemente no debería ser tan dura, pero sí analizada en detalle, de forma también pública y bajo leyes estrictas.
O si, por ejemplo, el candidato o partido no cumpliese un porcentaje definido de sus promesas electorales, no podría volver a presentarse a las siguientes elecciones.
Por otro lado, el movimiento de dinero en las arcas públicas tendría que ser, como no, público. Hasta el último céntimo. Es decir, en pleno 2020 cualquier ciudadano debería poder conectarse a una página oficial en Internet y ver, en tiempo real, cuánto se ha recaudado en impuestos, desglosados por tipos, fechas y por territorios y dónde ha ido este dinero de forma posterior, en qué se ha invertido, qué persona/s en qué cargo/s han decidido esa inversión y por qué.
Hoy en día, con la tecnología que existe, es algo totalmente factible.
Al fin y al cabo el dinero que los ciudadanos o las empresas pagamos como impuestos no pasan a ser propiedad del gobierno o de “Hacienda”, sino que sigue siendo de los ciudadanos, que se lo “dejan” a estas instituciones para que lo gestionen de la mejor manera posible. Por tanto, es necesaria una total transparencia en ese aspecto.
Es decir, el plantearse pasar unos años en política debería imponer no miedo, pero sí mucho, mucho respeto para cualquier ciudadano. Al fin y al cabo el resto de personas te están dando confianza y autoridad sobre diversos aspectos de sus vidas y eso debe conllevar, sobretodo, un alto grado de responsabilidad.
Se podría llegar a argumentar que, siendo así, nadie querría ser político. Pero estoy convencido de que sí. De que existen muchas personas que estarían encantadas de poder tener una oportunidad así de devolver al resto de la sociedad todo lo bueno que han recibido a lo largo de su vida. Personas que prefieren dedicar unos pocos años de su vida a mejorar el lugar en el que viven en lugar de dedicarse a ganar más dinero.
A mí, y supongo que a muchas otras personas, la palabra “política” o “político” nos ha dado repelús toda la vida. Bastante asquito.
Es hora que empecemos a cambiar esa concepción. La definición actual de política según Oxford Languages es:
Ciencia que trata del gobierno y la organización de las sociedades humanas
A lo que estaría bien añadirle:
Ciencia que trata del gobierno y la organización de las sociedades humanas, con el objetivo principal de servir y ayudar a los demás
Ya va siendo hora que este aspecto ahora fosilizado y repugnante de la sociedad se adapte a los nuevos tiempos. Muchas personas estamos ya cansadas, queremos personas en cargos públicos en quienes podamos confiar, personas a las que poder admirar y, sobretodo, agradecer.
Un verdadero servicio a la sociedad, donde deje de primar la oratoria o la capacidad de “politiqueo” (estrategia) como arma principal para llegar a cargos más altos, sino que al contrario, prevalezcan las buenas personas, las buenas acciones y sus resultados.
Y no, el título del artículo no era jodidos políticos, sino queridos. Queridos políticos.
Queridos políticos, os estamos empezando a vigilar 🙂