Debía tener alrededor de 7 años de edad.
Cogí casi todas mis posesiones -que por aquel entonces no debían ser demasiadas- y las puse bien ordenadas en un mostrador improvisado, que acababa de fabricar con sillas y cajas de zapatos viejas en el suelo de mi habitación. Cada uno de los objetos estaba etiquetado con su correspondiente precio en pesetas.
Había de todo: postales, juegos de la Gameboy, libros, llaveros, relojes, agendas, algún que otro billetero de esos que molaban…
Cuando estuvo listo, llamé a mis dos hermanos pequeños para que vinieran. ¡La tienda estaba abierta! Ya podían empezar a comprar.
No lo hacía porque necesitaba el dinero, sino por la genial sensación de poder vender algo a alguien, de presentar productos que otros querían y poder intercambiar dinero y materiales con otros seres humanos. Por supuesto en esa época no lo pensaba de esta manera, era sólo una forma más de divertirnos y jugar a ser mayores durante un rato. De hecho, extraño era el día en que compraban más de una o dos cosas al pringao de su hermano.
Pero me encantaba.
14 años más tarde, estaba sentado en un aula de universidad escuchando a una profesora explicarme la asignatura de creación de empresas. Había escogido ADE por delante de la carrera de Informática porque creía que allí me formarían para poder ser emprendedor algún día, que era lo que de verdad me gustaba.
Me daba igual emprendedor de qué, siempre y cuando yo pudiera dirigir la empresa e Internet estuviera presente.
Como no aprendí en esa asignatura más que a hacer un mísero business plan, aproveché también para abrir mi primer blog, llamado Todosemprendemos.com, dedicado única y exclusivamente a mis descubrimientos sobre el mundillo. Coño, si no me explicaban en la universidad cómo montar una empresa, iba a descubrirlo yo por mi cuenta.
Así que leí, leí y leí. Intenté montar algún que otro pequeño negocio a la vez que estudiaba, como una web llamada Infocarnet.com, pero al no poder dedicarle mucho tiempo y no tener capital inicial lo abandoné pronto. Y por tanto continué leyendo. Y aprendí un huevo. Años enteros de todo tipo de lecturas en libros y blogs sobre empezar negocios, historias de emprendedores, marketing, productos, modelos de monetización, estrategia… el conocimiento me salía por las orejas.
La vida me llevó por caminos muy interesantes antes de empezar pero, el año pasado, recién cumplidos los 25, por fin pude dedicarme en cuerpo y alma a hacer realidad mis sueños emprendedores. Encontré un socio, una buena idea y fuimos a por ello con una ilusión que pocas veces he tenido antes.
365 días después había fracasado.
Fracasado estrepitosamente además.
No sólo no había salido bien ningún proyecto de los que empezamos, sino que gastamos dinero en auténticos fails, como el alquiler de una oficina que no necesitábamos para nada. Nos fuimos por las ramas completamente y la prueba está en que no realizamos ni una sola venta en 9 meses. Y es lo único que teníamos que haber hecho: Vender.
Pero no lo hicimos.
Total, que después de pasar por este calvario y de que mi socio se retirara, tuve un periodo de varios meses en verano en los que replantearme mi vida. Y ya que tenía un poco de tiempo libre, decidí volver a leer varios de aquellos libros sobre emprender que anteriormente me había tragado, como por ejemplo ‘El método Lean Startup’, ‘El libro negro del emprendedor’ o algunas perlas en forma de post como la vaca que imprime dinero.
Cuál fue mi sorpresa al ver que… ¡por fin los entendía! Por fin sentía en cada frase lo que el autor realmente había querido decir: “Ah mira, esto lo hicimos así.”, “Anda! Aquí la cagamos…”, “Joder que tonto fui, mira que no ver esto tan claro, ¡si es de sentido común!”
Eso ayudó también a que todas las piezas se pusieran bien en mi cabeza y pudiese analizar desde la distancia todo lo que me había pasado. Y fue en ese momento cuando aprendí. No antes.
-¿¡Cómo puede ser?! ¡Si me sabía toda la teoría! No lo entiendo… ¡Vaya mierda!
-Pues tío, es fácil: porque la teoría sin práctica no sirve de NADA. Podías haber dedicado 10 años enteros a leer todos los libros escritos en el mundo sobre empresas y el esmirriado resultado hubiera sido el mismo.
-¿Y eso por qué?
-Porque cuando aprendes algo solo mediante la teoría no lo sientes. Al no existir ese sentimiento, no lo aprendes de verdad, solo lo memorizas. Y todo lo que memorizamos tarde o temprano se suele olvidar, ya que no tiene un sentimiento acompañado. Y si no me crees, recuerda cómo olvidabas los exámenes en el colegio o la universidad nada más terminarlos. Si quieres, puedes decir que lo has “aprendido”… pero no lo has interiorizado, que es lo importante.
-¿Entonces, cómo hago para aprender algo de verdad?
-Combina SIEMPRE la teoría con la acción en el mundo real, sino no comprenderás los porqués y estarás igual de perdido, pero encima creyéndote que sabes más.
Seguro que dependerá de cada uno, pero a mi por ejemplo me sirve algo parecido a ésto:
10% – 70% – 20%
Eso significa dedicar primero un 10% del tiempo a la teoría (más que nada para no ir extremadamente perdido al empezar algo), luego 70% del tiempo actuando y después otro 20% del tiempo volviendo a la teoría para ver en qué he fallado a la hora de actuar.
Sí, me acabo de sacar estos porcentajes de la manga -cada uno tendrá los suyos- pero es más que nada para que lo veas de forma más gráfica y así se te quede bien impregnado en el coco, porque es algo que se puede aplicar a todo en la vida. A tocar la guitarra, a conducir una moto y a casi cualquier carrera profesional. Menos si quieres ser cirujano, entonces mejor no me hagas caso… a ver si te cargarás a alguien por no saber dónde abrir con el bisturí.
Éste sería el porcentaje normal de alguien que está en la universidad o en el colegio:
80% – 10% – 10%
Es decir, le está dedicando un 80% del tiempo a la teoría, luego un 10% a la práctica y luego otro 10% a la teoría otra vez. Y así cuesta mucho más aprender, porque pocas cosas se interiorizan. Es por eso que al salir al mundo profesional real, todos los universitarios van tan perdidos.
Y éste sería el porcentaje de, por ejemplo, un chaval que coje el coche de sus padres sin tener el carnet o de un niño que juega a fútbol por primera vez en su vida:
0% – 100% – 0%
Están dedicando el 100% de su tiempo a la práctica, sin teoría. Nadie les ha explicado nada, sólo tienen un coche en caso del primero o una pelota en el caso del segundo. Lo más probable es que el chaval se estampe antes de salir del párking y que el niño le dé patadas al balón sin saber dónde tiene que meterlo o qué significa la palabra regatear. Si eres de los que sólo actúan, ten en cuenta que la acción sin teoría también va lenta y que te costará más poner las piezas en su sitio.
Todo esto te lo he contado porque es un descubrimiento que hice hace poco en mi vida. Antes no sabía que podía aprender acerca de mi aprendizaje y de ésta manera mejorarlo para que sea más sencillo y efectivo. Así de lelo soy a veces.
Quizá a partir de ahora no pierda tanto el tiempo 🙂
La potencia sin control…no sirve de nada <3
Muy bueno…Aunque en mi caso, que antes era rubia, necesitaría un poco más de teoría antes de lanzarme a la piscina…jejeje
Chuuu!!!
Jajajaja, por eso he puesto lo de que cada uno mire a ver cuáles son sus porcentajes… 😉
Mil gracias por pasarte Caro!